Jesús María Silveyra

sábado, diciembre 19, 2015

POEMAS SOBRE CUADROS DE MI HIJA JULIETA


El puente rojo


Bajo ese puente rojo,
recogías los suspiros
de una infancia sin rostro ni medida,
soñando con pájaros y veleros,
surcando cielos y mares,
abriendo soles y desvelando lunas.
¡Qué hermosa eras, mi niña!
Corrías de un lado al otro,
por ese puente rojo,
sin necesidad de dar vueltas.
No existían tus pesares,
ni el reflejo de ellos en los míos.
El agua sólo arrimaba, despacito,
sus verdes y suaves remolinos.
Contábamos en la orilla
las veces que tus ojos
pintaban peces voladores
o recogían en sus redes
palmeras de sonrisas.

El tanque de la paz


Cuando las bombas dejen de estallar,
quedarán las flores,
regalos para dar.
Cuando las bombas dejen de sonar,
quedará el silencio,
y las ganas de amar.
Ya no morirán los niños,
ni se tumbarán los ojos,
no se escucharán más gritos,
ni el ulular de las sirenas,
todo entrará en la pausa
que llamamos paz,
y se volverá continua
cadena del tiempo,
como cuentas de un rosario
exhalará el aroma
de un prolongado amén.

No lloverán esquirlas,
ni recogeremos lamentos,
sólo pétalos de colores,
blancos y amarillos,
dispuestos en guirnaldas,
sobre la tumba de la muerte atroz.


Alimento espiritual

El pan, el trigo, la tierra,
producir pensando en los demás:
que vengan a comer,
de los surcos abiertos en las manos,
del sudor caído en los costados,
de las noches de insomnio
pensando en que llueva 
o deje de llover;
que vengan a comer
de la gratuita simiente
que Dios nos ha regalado
y dejamos caer, 
suavemente,
para que comience a crecer 
sobre la tierra morena.
Luego será pequeño brote,
verde, abierto a la luz y al rocío,
y luego plantío, también verde,
tejiendo las noches con lunas.
Más tarde será espiga,
reflejando acalorados mediodías,
hasta que el estío grite:
¡el fruto ya está maduro!
Vengan todos a comer 
de mi cuerpo transformado,
en harina espiritual,
abran sus bocas,
mastiquen,
coman a Dios,
que no es indigesto.


"MAESTRA DEL PERDÓN" (reportaje que le hice a Immaculée Ilibagiza para el diario Clarín)




Se llama Immaculée Ilibagiza. Su apellido significa: “resplandeciente y hermosa en cuerpo y alma”. Traída por la Editorial Logos, estuvo por segunda vez en la Argentina para dar un ciclo de conferencias. De pie, con un rosario en la mano le habla a la gente del perdón y la misericordia “Dios sanó mi alma, dañada por el odio y enferma por el deseo de venganza”. Por momentos, los ojos se le llenan de lágrimas y su esbelta figura morena parece quebrarse. Su historia lo justifica. Natural de Ruanda, se salvó en 1994 de otro de los grandes genocidios del Siglo XX, cuando cerca de un millón de personas murieron en el plazo de 100 días, producto de la horrible matanza entre hutus y tutsis, ante la indiferencia del resto del mundo. Immaculé hoy tiene 44 años, dos hijos y vive en los Estados Unidos. Pero en ese entonces, era una estudiante de ingeniería, volviendo a casa de sus padres para celebrar juntos la Pascua en la aldea de Mataba, junto al lago Kivu. De familia católica y miembro de la minoría étnica de los tutsis (en aquél momento, el 15% de la población), Immaculé se salvó “por gracia de Dios”, según ella misma relata, tras permanecer escondida durante 91 días en un baño de 1 metro por 1,3 metros, junto a otras siete mujeres, perdiendo casi 30 kilos de peso. Sus padres, dos hermanos, los abuelos,  compañeras de colegio, amigas y vecinas fueron asesinados por los hutus a golpes de machete o lanzazos. Una verdadera  masacre que comenzó cuando un misil derribó el avión en el que viajaba el Presidente, Juvénal  Halyarimama, un hombre moderado de la etnia hutu (82% de la población), que procuraba mantener la paz tribal en esta ex colonia belga. Hicieron responsables a los tutsis del atentado, y comenzaron a  acosarlos en los medios de comunicación, llamándolos “cucarachas” que debían ser aplastadas y exterminadas. Por consejo de sus padres, al enterase de que comenzaba la matanza, Immaculé fue a esconderse en la casa de un pastor protestante, de la etnia hutu, el señor Murinzi, quien las mantuvo ocultas, en total silencio, dándoles de comer de las sobras de su casa una vez al día, para que los hutus que merodeaban por la zona no las descubrieran. “Un día, entraron en la casa y estuvieron a punto de abrir la puerta del baño”, me cuenta Immaculée. La casa era pequeña, de apenas cuatro habitaciones y no las descubrieron porque se fueron antes (luego ocultaron la puerta poniendo delante un ropero). “Fue como un signo de la presencia de Dios que cambió mi vida”…Todo esto está fantásticamente relatado en el libro: “Sobrevivir para contarlo”, que escribió junto al escritor norteamericano, Steve Erwin. Libro que vale la pena leer, porque lo atrapa a uno desde principio a fin. Hoy, ya son siete los libros publicados por Immaculée y viaja por todo el mundo compartiendo su experiencia y dando testimonio. “Dios me concedió la gracia del perdón”. Pues cuando salió libre y los tutsis tomaron el control del país, a través de Paul Kagame (del Frente Patriótico Ruandés), que es el actual Presidente, ella fue hasta la cárcel donde estaba el asesino de su madre y lo perdonó.

- ¿Por qué hay que perdonar? 
        - El perdón es un regalo, una gracia de Dios, que está disponible para todos y es gratis. Nos hace bien perdonar. Nos llena de alegría. Es un favor que nos hacemos a nosotros mismos. Porque si estamos prisioneros de nuestra ira y rencor, no podemos ser felices, sino que sufrimos. El perdón nos trae la paz y nos hace libres para amar a todos, para pensar más en el presente y el mañana, en vez de quedar encerrados en el pasado.

      -¿Cuáles son los pasos del perdón?
     - Primero, hay que reconocer que nos sentimos mal por la falta de perdón, que estamos heridos. Luego, estar dispuestos a perdonar. Tener la firme intención de hacerlo para sentirnos mejor. Posteriormente, rezar mucho para lograr perdonar. Pedirle ayuda a Dios, diciéndole que queremos ser mejores personas, sintiéndonos bien, en paz. Entonces, la ayuda vendrá. Podemos pensar en esos momentos en personas de bien, como Ghandi, Madre Teresa, Mandela… que fueron gente de perdón y de paz. Por último, hacerlo. Llevar a cabo el perdón. Yo, cuando estaba en el baño, sintiendo odio y deseos de venganza a nuestros enemigos, me sentía muy mal, con dolor de cabeza y de estómago. La ira me hacía sudar…pero cuando comencé a perdonar, todo cambió.

-¿Perdonar es olvidar?
- No. Olvidar, no depende de nosotros, sino que es una gracia de Dios. Lo que ha sucedido, siempre quedará en nuestra memoria. Pero una vez que perdonamos, no debemos pensar en las cosas que nos hacen mal, que nos traen malos recuerdos, sino en lo que nos hace bien, en lo que tenemos por delante. Aunque siempre recuerdo a mis padres, mi casa, mi infancia y todo lo bueno que viví en aquél tiempo, despejo los pensamientos negativos sobre el genocidio o el campo de refugiados.

-¿Le hablás a tus hijos de lo ocurrido? (tiene una niña y un varón)
-No, ¿para qué? Trato de enseñarles cosas buenas, como el valor de la oración. Les digo que su abuelos y tíos están ya en el cielo, esperándonos…Yo hablo de lo sucedido sólo cuando me lo preguntan los periodistas o cuando doy una charla, no para que recuerden lo trágico del genocidio, sino para dar esperanza de que, con la ayuda de Dios, todo se puede lograr.

-¿Es importante este Jubileo de la Misericordia al que convoca el Papa?
- Muy necesario. Hay gente que no conoce la Misericordia de Dios, que no conoce realmente a Jesús y que seguirlo nos hace mucho bien. El perdonó a todos…Cuando yo comencé a rezar el rosario en el baño, me salteaba una parte del “Padre nuestro”, en la que habla de “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. No podía rezarlo. El odio era más fuerte. Estaban matando a mi pueblo. Luego me di cuenta que no podía cambiar una oración que nos había dado el mismo Dios y, finalmente, logré  perdonar meditando sobre Jesús en el Calvario, cuando dijo: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Allí está su infinita Misericordia.

- ¿Es compatible la Justicia con la Misericordia?
- La Justicia puede ser un camino del perdón y del amor. La Justicia es maravillosa.  Debe aplicarse la Ley con los asesinos, porque quienes matan, no dejan de ser asesinos, por más que los familiares de las víctimas los perdonemos. Pero no debemos verlos como demonios, sino como pecadores, no como “el mal”, sino como personas que obran el mal. Eso es parte de nuestro perdón. Querer que estén en prisión, más que como algo punitivo, como una chance para que cambien, para que durante ese tiempo reflexionen que es mejor hacer el bien. Ellos también necesitan ayuda, para poder levantarse y dejar en el futuro de obrar el mal. En este sentido, la Justicia es un gran bien que viene de la Misericordia.

-¿Cuál es el papel de la Virgen María en tu vida?
- Muy grande. En casa rezábamos el Rosario y yo fui a las primeras peregrinaciones a Kibeho, donde María se le apareció a unas jóvenes adolescentes. Allí conocí el “rosario de los siete dolores”… Cuanto más amo a Dios, más amo a María. Ella siempre está a mi lado. El rezo del Rosario me tranquiliza en los momentos en que pierdo la paz.

-¿Qué le recomendás a los argentinos para sanar las heridas del pasado? (le pregunto contándole brevemente algo sobre los años setenta).
-Yo no sé mucho de lo que acá pasó, pero hay que tener cuidado con los políticos que usan la historia en su provecho, que remueven cosas del pasado porque les conviene. Creo que siempre hay que buscar la paz y la felicidad, pensando en lo que nos pone bien, en lo que nos hace más felices…

-¿Cómo es la situación actual en Ruanda?
-Muy buena. El país está creciendo y en paz. Se aplica la Ley a quienes cometen delitos, para que cambien de actitud, pero hay una buena convivencia. Es un verdadero milagro.




Immaculée, sobre el escenario, le sigue hablando al público. Reflexiona sobre la importancia del rezo del Rosario. “La Virgen lo pide en todas sus apariciones. Que lo recemos, para que nos traiga la paz…eso dijo también en Kibeho, Ruanda, a un grupo de jóvenes…pero no la escuchamos” (estas apariciones comenzaron en 1981 y anticiparon el Genocidio que estaba por venir). Immaculée, explica que, durante su cautiverio en aquél pequeño baño, llegó a rezar en silencio hasta 27 rosarios por día, eso la sostuvo, alejó los malos pensamientos y la ayudó a mantener la calma y la paz interior. Cuando termina la conferencia, la gente se pone de pie y estallan los aplausos. Muchos lloran conmovidos por su testimonio. 
Ella, con su mano en el corazón, agradece y vuelve a emocionarse.

Luego de la entrevista nos despedimos y le regalo uno de mis libros dedicándoselo: “For the master of forgiveness”, porque, realmente, es una maestra del perdón.