Estaba por comenzar la ceremonia llamada “Sema” o danza de los derviches, creada por los seguidores de Mevlana Yalal Al-din Rumi, quien nació en 1207 en Afganistán, de allí pasó a Bagdad, la Meca y Damasco, para terminar viviendo en el territorio de la actual Turquía, más precisamente, en la ciudad de Konya. Fue un sabio musulmán, vinculado al sufismo, que recibió su formación espiritual, primero de su padre, luego de un amigo de éste y más tarde de un hombre de Tabriz, conocido como Shams. Posteriormente, recitó el Mathnavi, un libro considerado como joya de la literatura espiritual oriental. Las prácticas de Rumi (cuya palabra se deriva de “romano”) están dirigidas a transformar la compulsividad del falso yo y alcanzar el Islam o “sumisión”, en un orden superior de la realidad. La superación de la esclavitud del ego, que está desconectado del corazón, lleva a la realización de la verdadera humanidad centrada en el amor y la paz. La madurez espiritual consiste en comprender que el yo es un reflejo de lo divino y que el amor a Dios lleva al amante a olvidarse de sí mismo, para perderse en el amor de su amado. Su doctrina predica la tolerancia ilimitada hacia todas las religiones y escribió reflexiones poéticas como la que transcribo:
Con el canto en árabe, dejé de lado la agitación del día y las corridas y respiré con alegría, sabiendo que en algún momento me llegaría una cierta paz interior. El cantor, se refería a Dios, porque nombró a Alláh decenas de veces, cual si fuera un mantra, con la mirada perdida en algún punto de la sala.
Los giros continuaron por cerca de diez minutos, siempre para el mismo lado, acompañando el movimiento de las agujas del reloj. La mujer de rojo en el centro, dando vueltas como una amapola mecida por el viento, girando como aquellos molinitos de plástico que recordaba de mi infancia, dentro de la canasta de un vendedor de chupetines. De repente, se detuvieron, cruzaron los brazos colocando las manos sobre los hombros, hicieron una breve inclinación de cabeza a modo de saludo y comenzaron nuevamente a girar.
Allah. Dios. Al-Rahman. El Compasivo. Al-Rahim. El Misericordioso. Al-Malik. El Soberano. Al-Quddus. El Santo. As-Salam. El Dador de Paz. Al-Mu’min. El Guardián de la Fe. Al-Muhaymin. El Protector. Al-‘Aziz. El Poderoso. Al-Jabbar. El Señor Todopoderoso. Al-Mutakabbir. El Glorioso. Al-Khaliq. El Creador. Al-Bari’. El que da la Vida. Al-Musawwir. El diseñador de Formas. Al-Ghaffar. El Perdonador. Al-Qahhar. El que controla todas las Cosas.…
Los bailarines seguían girando, como estambres de flores abiertas mecidos por el viento, como campanillas que resuenan en un comedor, como sombrillas abiertas sobre una playa en el verano, como mantos de príncipes saludando a una reina, como frutos abiertos por el calor del mediodía, como tiendas extendidas sobre la arena del desierto.
Al-Wahhab. El Dador de todas las Cosas. Az-Razzaq. El Proveedor. Al-Fattah. El que da Apertura. Al-‘Alim. El Conocedor de Todo. Al-Qabid. El que Constriñe. Al-Basit. El que Expande. Al-Khafid. El que Humilla y Rebaja. Ar-Rafi’. El que Exalta. Al-Mu’izz. El que Honra. Al-Muzill. El que Deshonra. As-Sami. El que todo lo Oye. Al-Basir. El que todo lo Ve. Al-Hakam. El Juez. Al-Adl. El Justo. Al-Latif. El Sutil…
Sí, giraban, como las ruedas blancas del tiempo, como gotas frescas que salpican los arroyos, como nubes que se enredan en el cielo, como soles rojos apagados por el horizonte, como naranjas que se deshacen dentro del paladar, como hojas verdes que manchan la primavera, como violáceas tardes junto a grandes cordilleras…
Giraban hacia la derecha. Los ojos parecían cerrados. La cabeza inclinada en el sentido del giro. La respiración que casi no se notaba. Los brazos extendidos, como aspas de un molino, como agujas de un reloj, como rayos de una rueda, como piezas de un compás, como diámetros de círculos…
Al-Wasi’. El Indulgente. Al-Hakim. El sabio. Al-wadud. El Amantísimo. Al-Majid. El más Venerable. Al Ba’ith. El que resucita de la Muerte. Ash-Shahid. El Omnipresente. Al-Haqq. La Verdad. Al-Wakil. El Cuidadoso. Al-Qawi. El Omnipotente. Al-Matin. El Invencible. Al-Wali. El Amigo Protector. Al-Hamid. El Digno de Alabanza. Al-Muhsi. El que lleva las Cuentas. Al-Mubdi. El Originador. Al-Mu’id. El que tiene poder para Crear de Nuevo…
Los pies de los danzarines, acompañando siempre el ritmo. El derecho que impulsaba el giro sobre el eje del pie izquierdo que se movía más lento, aplomado, firme, dentro de la sandalia negra, pequeña barca, a tono con el color de la faja, y de los ojos que yo no veía, de los ojos que veían dentro, y seguían deletreando los atributos de Allah, como a letanías cristianas…
Al-Muhyi. El Dador de la Vida. Al-Mumit. El Dador de la Muerte. Al-Hayy. El Perdurable. Al-Qayyum. El Sustentador de la Vida. Al-Wajid. El Absolutamente Perfecto. Al-Majid. El Absolutamente Excelente. Al-Wahid. El Único. Al-Ahad. El Uno sin Igual. As-Samad. El Eterno. Al-Qadir. El Todopoderoso. Al-Muqtadir. El Poderoso. Al-Muqaddin. El que hace Avanzar. Al-Mu’akhkhir. El que hace Retroceder. Al-Awwal. El Primero. Al-Akhir. El Último…
Az-Zahir. El Evidente. Al-Batin. El Oculto. Al-Wali. El Responsable de todas las Cosas. Al-Muta’ali. El por encima de los atributos de la Creación. Al-Barr. El Bueno. At-Tawwab. El que acepta el Arrepentimiento. Al-Muntaquim. El que da el justo Castigo. Al-‘Afuw. El que Perdona. Ar-Ra’uf. El Bondadoso. Malik Al-Muluk. El poseedor de la Soberanía. Dhul-Jalal-Wal-Ikram. El Majestuoso y Benevolente. Al-Muqsit. El Justo. Al-Jame’. El que Junta. Al-Ghani. El que está Libre de Necesidad. Al-Mughni. El que Satisface todas las Necesidades…
Al-Mani’. El que Dificulta. Ad-Darr. El que pueda Causar Pérdida. An-Nafi. El que Concede Beneficios. An-Nur. La Luz. Al-Hadi. El que Guía. Al-Badi. El Inventor. Al-Baqi. El Eterno. Al Warith. El que Sustenta Todo. Ar-Rashid. El que Guía por el Sendero de la Virtud. As-Sabur. El más Paciente…
Con paciencia y lentitud, volvieron a detenerse, cruzaron los brazos, las manos sobre los hombros, caminaron despacio, saludaron inclinando las cabezas, volvieron al lugar donde estaban los blancos cueros de cordero y se revistieron con las túnicas negras dando término a la danza. Fue en ese momento que todos, rompiendo nuestro ensimismamiento, aplaudimos. Al salir, alguien me regalo otro poema del Rumi:
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