Jesús María Silveyra

domingo, mayo 01, 2011

APÓSTOL DE LA MISERICORDIA

La figura de Juan Pablo II ha sido inmensa y el tiempo irá revelando distintos aspectos de la vida y el pensamiento de este gran hombre que será beatificado pasado mañana, día que este año coincide con la celebración de la Fiesta de la Divina Misericordia (el primer domingo después de la Pascua). Y no es casualidad que el Vaticano y su gran amigo, el papa Benedicto XVI, hayan elegido esta fiesta de la Iglesia para la ceremonia de beatificación. Fiesta que por otra parte fue instituida por el difunto Juan Pablo II para celebrar "el atributo más grande de Dios", según le dijera el Señor en sus revelaciones a la santa polaca María Faustina Kowalska. Fiesta en cuyas vísperas falleció el querido Karol Wojtyla el 2 de abril de 2005, no por casualidad, sino, a mi modesto entender, por gracia de Dios.

Hace nueve años, tuve la suerte de viajar a Polonia en coincidencia con la última visita que el difunto Santo Padre realizó a su país. Quería escribir un libro sobre esta devoción y los escritos de sor María Faustina Kowalska y, paralelamente, aproveché para asistir a las misas multitudinarias que celebró en Cracovia y sus alrededores, donde todas las homilías estuvieron centradas en el gran misterio de la misericordia de Dios. El Santo Padre no sólo había dedicado la segunda encíclica de su pontificado a este tema ( Divies in Misericordia ), en la que meditaba sobre la parábola del hijo pródigo, sino que él mismo había bregado por la causa de la beatificación y posterior canonización de sor Faustina (la llamada "vidente del Jesús Misericordioso"). Por esa razón, durante aquellos días en los que seguí con fervor y asombro la despedida que realizaba a su tierra (el pueblo le dispensó una muestra de amor inconmensurable, a tal punto que para la segunda misa se congregaron tres millones de personas), me pregunté el porqué de tal devoción en el Papa.

Una primera respuesta estaba ligada a su propia juventud, cuando comenzó a hablarse en Polonia de Faustina y sus escritos (la santa murió en 1938), en los que, si bien se destacaban palabras proféticas sobre el futuro de dolor que le aguardaba a la nación, una frase surgía como baluarte de esperanza para afrontar lo que se avecinaba: "Jesús, en vos confío". Creo que, en este sentido, la vida de Juan Pablo II estuvo apoyada sobre una confianza total en Jesucristo, además de la que profesó públicamente en María con aquel Totus Tuus .

Un segundo aspecto estaba vinculado con la proximidad física que tuvo con Santa Faustina, ya que el convento donde ella murió quedaba en el camino que Karol Wojtyla recorría diariamente, durante la ocupación alemana, para ir a trabajar a la planta de Solvay, por lo que transitarlo era encontrarse diariamente con el recuerdo de aquel mensaje recibido por la santa: "Proclama que la misericordia es el mayor atributo de Dios".

Al cabo de unos días, descubrí que, en realidad, dicha devoción estaba enraizada en el centro mismo de nuestra fe cristiana y que su Santidad quería recordarnos constantemente que Dios es fundamentalmente amor; que por amor a todos nosotros entregó a su propio Hijo en la cruz; que, como mencionaba Faustina en su diario, la misericordia estaba por encima de todo, incluso de la Justicia, y que Cristo, con su pasión y muerte, había detenido la vara de la Justicia para darle paso a la misericordia que se expresaba claramente en el perdón.

"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen": Jesucristo era la misericordia de Dios encarnada, el amor hecho don y regalo para el hombre, el amor donado al entregar la vida por los otros. De allí que se le apareciera a la santa con aquellos dos rayos luminosos brotando de su corazón, diciéndole: "En la cruz, la fuente de mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna". Curiosamente, aquellos rayos de color rojo y blanco no sólo representaban la sangre y el agua salidas del costado herido por la lanza sino que, a la vez, correspondían a los de la bandera de Polonia.

"Dios es misericordioso y nosotros debemos actuar de igual manera con nuestros semejantes", nos repetía Juan Pablo II aquella vez, y su vocero, Joaquín Navarro Valls, recalcaba que ése era el sentido pastoral del viaje más allá de las connotaciones emotivas. Al escuchar al Papa, recordé que él mismo, luego del atentado que sufriera el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, se acercó a la cárcel romana donde se encontraba el turco Mehmet Alí Agca (quien le disparó a pocos metros de distancia) para perdonarlo. Ese acto, que llenó de asombro al mundo entero, estaba totalmente ligado a la importancia que Juan Pablo II le daba a la misericordia y a la necesidad de abrazar la miseria del otro mediante el perdón. Fue ese recuerdo el que me dio la respuesta final para entender el camino de imitación de Cristo que nos proponía Juan Pablo II, más que con palabras con el propio obrar.

Teniendo en cuenta la necesidad de reconciliación, diálogo y perdón que existen en tantos lugares del mundo y en la Argentina en particular, sería bueno meditar en estos días sobre el testimonio de este apóstol de la misericordia, que perdonó aun a quien intentó asesinarlo.

Termino con este pensamiento expresado por Juan Pablo II en aquella oportunidad en Polonia: "Ha llegado la hora de llevar el mensaje de Cristo a todos; a los dirigentes y a los oprimidos, a todos aquellos cuya humanidad parece perdida en el misterio de la iniquidad. El mensaje de la Divina misericordia es capaz de llenar los corazones de esperanza y pasar a convertirse en el fundamento de la nueva civilización: la civilización del amor".

Es de esperar que en los próximos años el Vaticano cumpla con aquel deseo de la multitud que se juntó en la Plaza de San Pedro el día de su funeral y lo proclame: "¡Santo ya!".