Jesús María Silveyra

jueves, noviembre 04, 2010

TENGO SED

Por ahora cuento que estuve en Calcuta, tras los pasos de la madre Teresa.

Visité la "Casa del Corazón Puro" en el barrio de Kalighat.
Según palabras de la Madre, es el "tesoro de Calcuta".
Allí se atienden a los moribundos.
Pasé unos días trabajando de voluntario.
Había personas que eran piel y hueso, a tal punto que, al levantarlos de sus camas, me daba miedo de quebrarlos.
Sentí que Dios tenía sed de esas almas...
¿Y de la mía?
Es lo que estoy ahora meditando mientras escribo mi futuro libro que espero se llame: "Tengo sed" (I thirst).

jueves, septiembre 02, 2010

MOMENTO DE SALTAR

Saltar.

No sé si superarnos,

pero saltar.

Algo nos espera del otro lado.

Algo como un color, un sonido, un sabor diferente.

¡Qué maravilla, poder saltar!



Vamos, dame tu mano.

Saltemos juntos

en los brazos del asombro,

hacia el blanco color de la sal,

el rojo marcado en una frente

o el intenso rubor del azafrán.



Vamos, salta conmigo.

Una luz pequeñita titila,

y el humo del incienso

llena de nubes el templo,

mientras la gota de agua,

es convertida en océano

por la madre Teresa.



Vamos, salta conmigo

hasta tocar

la mano del moribundo,

y en el fragor del tren,

calmar la sed

con el agua viva

del pozo de Sicar.



Vamos, salta conmigo.

Calcuta nos espera

en la increíble y lejana India,

con aquel misterioso río,

llamado Ganges

que romperá la rueda

del eterno misterio de la vida.



¡Qué maravilla, poder saltar!


(*) Todos los derechos reservados. © Copyright 2010 Jesús María Silveyra. info@jesusmariasilveyra.com.ar

jueves, marzo 11, 2010

POEMA DEL BICENTENARIO


Doscientos años han pasado,
y seguimos sin saber de qué se trata:
si de la pampa que nos confunde
con su inmensidad,
o de la gran ciudad
que mezcló todo de golpe
y nos comió la identidad.

Buscamos, pero sin encontrar.
No nos ponemos de acuerdo
en cuatro o cinco cosas básicas,
como para sentirnos República.

Saltamos juntos,
muy de vez en cuando,
por alguna gesta deportiva,
pero luego vuelve a hundirnos
la recurrente confusión
que nos condena
a vivir errantes:
como si pampa y urbe
no terminaran de amasar el pan
que nos vuelva una nación
del todo querible,
hermanada en torno
a ciertos valores y objetivos.

Sí, son doscientos,
los años transcurridos
desde aquel amanecer
de Buenos Aires,
pero tremendos
los abismos
que produce
el desencuentro.

Quiera ese pedacito
de Dios, de sol de mayo y de bandera,
que todavía nos liga,
armar la cuerda firme y gruesa,
que ate definitivamente
la pampa que huele a ciudad
y la ciudad que huele a pampa,
para que se vuelva a escuchar
aquel mismo grito de Libertad
sobre las rotas cadenas.

(*) Todos los derechos reservados. © Copyright 2010 Jesús María Silveyra. info@jesusmariasilveyra.com.ar