Jesús María Silveyra

viernes, marzo 17, 2006

"El apóstol de la Misericordia"

La figura de Juan Pablo II ha sido inmensa y el tiempo irá revelando distintos aspectos de la vida y el pensamiento de este santo. Quisiera en este sentido mencionar un rasgo singular de su espiritualidad, refiriéndome a su devoción y confianza en la Divina Misericordia, fiesta celebrada a pocas horas de su muerte lo que, a mi modesto entender, no fue una casualidad.
Hace tres años, tuve la suerte de viajar a Polonia coincidiendo con la última visita que el Santo Padre realizó a su país. Quería escribir un libro sobre esta devoción y los escritos de santa María Faustina Kowalska y, paralelamente, aproveché para asistir a las misas multitudinarias que celebró en Cracovia y sus alrededores, donde todas las homilías estuvieron centradas en el gran misterio de la Misericordia de Dios. El Santo Padre, no sólo había dedicado la segunda encíclica de su pontificado a este tema (Divies in Misericordia) meditando sobre la parábola del hijo pródigo, sino que él mismo había bregado por la causa de la beatificación y posterior canonización de Faustina (la llamada “vidente del Jesús Misericordioso”). Por esa razón, durante aquellos días en los que seguí con fervor y asombro la despedida que realizaba a su tierra (el pueblo le dispensó una muestra de amor inimaginable, a tal punto que para la segunda misa se congregaron tres millones de personas), me pregunté el por qué de tal devoción en el Papa.
Una primera respuesta estaba ligada a su propia juventud, cuando comenzó a hablarse en Polonia de Faustina y sus escritos (la santa muere en 1938), en los que si bien se destacaban palabras proféticas sobre el futuro de dolor que le aguardaba a la nación, una frase surgía como baluarte de esperanza para afrontar lo que se avecinaba: “Jesús, en vos confío”. Creo que, en este sentido, la vida de Juan Pablo II estuvo apoyada sobre una confianza total en Jesucristo, además de la que profesó públicamente en María. Un segundo aspecto, estaba vinculado a la proximidad física que tuvo con santa Faustina, ya que el convento donde ella murió quedaba en el camino que Karol Wojtyla recorría diariamente, durante la ocupación alemana, para ir a trabajar a la planta de Solvay; por lo que transitarlo era encontrarse diariamente con el recuerdo de aquel mensaje recibido por la santa: “Proclama que la Misericordia es el mayor atributo de Dios”.
Al cabo de unos días, descubrí que en realidad, dicha devoción estaba enraizada en el centro mismo de nuestra fe cristiana y que su Santidad quería recordarnos constantemente que Dios es fundamentalmente Amor; que por amor a todos nosotros entregó a su propio Hijo en la cruz; que como mencionaba Faustina en su diario, la Misericordia estaba por encima de todo; y que Cristo, con su pasión y muerte, había detenido la vara de la Justicia para darle paso a la Misericordia que se expresaba claramente en el perdón.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Jesucristo, era la Misericordia de Dios encarnada; el amor hecho don y regalo para el hombre; el amor donado al entregar la vida por los otros. De allí, que se le apareciera a la santa con aquellos dos rayos luminosos brotando de su corazón, diciéndole: “En la cruz, la Fuente de mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna”. Curiosamente, aquellos rayos de color rojo y blanco, no sólo representaban la sangre y el agua salidas del costado herido por la lanza sino que, a la vez, correspondían a los de la bandera de Polonia.
“Dios es misericordioso y nosotros debemos actuar de igual manera con nuestros semejantes”, nos repetía Juan Pablo II aquella vez y su vocero, Joaquín Navarro Vals, recalcaba que ese era el sentido pastoral del viaje más allá de las connotaciones emotivas. Al escuchar al Papá, recordé que él mismo, luego del atentado que sufriera el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro, se acercó a la cárcel romana donde se encontraba el turco Mehmet Alí Acgna para perdonarlo. Ese acto, que llenó de asombro al mundo entero, estaba totalmente ligado a la importancia que Juan Pablo II le daba a la Misericordia y a la necesidad de abrazar la miseria del otro mediante el perdón. Fue ese recuerdo, el que me dio la respuesta final para entender el camino de imitación de Cristo que nos proponía Juan Pablo II, más que con palabras con el propio obrar.
Teniendo en cuenta la necesidad de reconciliación, diálogo y perdón que existen en tantos lugares del mundo, sería bueno meditar sobre el testimonio de este Apóstol de la Misericordia, que perdonó aún a quien intentó asesinarlo.

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